martes, 4 de mayo de 2010

Nubes, caramelos y unicornios

Merchan me dijo el otro día que yo parecía siempre vivir inmersa en una nube altísima. En mi propio mundo, lleno de unicornios, caramelos y hadas de colores, me siento segura. Y es así, en efecto la soledad de ese espacio apacible, tan íntimo como lo puede ser una nube producto de mi imaginación, es la que me trae de nuevo a la tierra cuando se hace imperante convivir con los demás mortales.

Sin embargo, no debe haber nada más gratificante en la vida que formarse espacios propios.

En otro punto menos trivial debo decir que mi imaginación nunca había sido objeto de mis pasiones. Aquello no había sucedido sino hasta hace pocos años. Siempre equilibrada y constante. Siempre aristocrática y frigia me había encasillado en el manual de Carreño que rige mi vida. Pero allí se comprueba una vez más que las verdades son sólo afirmaciones a medias. La pasión me ha dominado cual impulso virtuoso conduce los dedos del artista hacia una interpretación magistral de un estudio de Chopin para piano.

Me ha dominado la inconciencia. Lo etéreo de las pulsiones. Las fuerzas dionisíacas que se han cultivado en mi ser desde el despertar de mi ethos. Y me pierdo en ese momento: en esa inconciencia. En ese malestar que significa poseerte sólo en mis sueños.

Mi imaginación es ahora una cárcel. Un encierro de ilusiones, de ideas, de pensamientos: de tus palabras.

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